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¿Acaso en verdad se vive en la tierra?

No para siempre en la tierra,
solamente un poco aquí.
Aunque sea jade, se rompe.
Aunque sea oro, se hiende,
y el plumaje de quetzal se quiebra.
No para siempre en la tierra,
solamente un poco aquí.

Netzahualcóyotl de Texcoco


15 de febrero de 2010

El lunes

Y en esas estaba yo; no sé si la tijera cortaba o eran los dientes los que sajaban el aire haciéndolo sangrar, pero no importaba, me daba igual dormir y no soñar, o no dormir y soñar, porque la pesadilla esperaba fuera de los ojos, y los cerraba, los cerraba con tanta fuerza que me dolía la mirada de tanto apretar.
Dios, cuánto daño al querer morir y no conseguirlo; si al menos lo hubiera intentado bajo el agua, muy fría, transparente, luego sería de otro color, acaso con pétalos rojos que olieran a dolor.

Y no.

Engullí toda la oscuridad de los días, de las noches en que dejaba de sentir los pies, sin ganas de dibujarme sonrisas ni de volver a nacer.
La posibilidad era finita, real y tangible como el agua de lluvia, y aún así se escurría entre los dedos, desposeyéndome de todo lo necesario para volver a hacerme física en mi propio cuerpo.
Arena, polvo, un solo movimiento y los trozos del espejo volvieron a romperse en otros tantos añicos que reflejaron el vacío de la nada más absoluta en la que me estaba hundiendo.

El lunes se abrió lloviendo, el sol tardaba en amanecer, parece que no tuviera ganas de mirarme, y sin embargo desperté, bruscamente.