No hay modo de restaurar las formas de la luz de los espejismos que los síntomas despliegan a favor y en contra de la enfermedad que seduce en cada momento a la piel, distorsionando las contracturas sucedidas.
Bajo la mirada hasta hundirla en el remanso de las cuitas nocturnas, donde la oscuridad hace de madre incubadora de las futuras generaciones que reposan, latentes, en sus nidos de mansedumbre y nácar.