En el fondo del abismo
la cara del infierno es aviesa
un rescoldo que repele al fuego
cuando el cenit se hace precipicio.
Es sutil la inercia.
El vencimiento agónico del rostro
demuestra que arde realmente.
Ha despertado el desierto
y la arena que generan los pulmones
es cuarzo orbitando en las mareas
adivinadas entre pavesas y sílice.