Le miré como se mira a la luz que llega imprevista, y arrancándole las alas al cielo me adueñé de la deriva de su sombra.
Surgió la noche incestuosa con los soldados de sus niñas irradiando ilusiones geométricas, y los labios susurraron voces de mar desde la oquedad eterna de su boca.
Le miré igual que miro un instante de lluvia, con las pupilas arrasadas de fuego, combatiendo bajo los párpados contra el enemigo que siempre acecha al otro lado del cuerpo.
Casi un suspiro podía verse en sus ojos reclamando para sí el efímero latido del viento que llevándose su piel, vuela desnudo hacia la metáfora del tiempo y del olvido.